¿Dónde van las palabras calladas? Quizá se quedan estancadas. Apelotonadas unas con otras. Fundiéndose poco a poco. Esperando que el paso del tiempo las cristalice y juegue a componer formas caprichosas. Ahora un pensamiento se confunde con una lagartija paralizada, traviesa y expectante. Ahora un silencio se torna punzante como una daga. Una estalactita que hiere la razón. O una estalagmita que hace tropezar nuestros pasos indecisos. Quizás algunos sonidos se diluyen y navegan por nuestra sangre. Hoy recalan en un puerto, mañana en otro. Hoy oprimen el corazón. Mañana excitan la piel. Pasado son cosquillas en la nuca... Algunos se convierten en ecos, cada vez más callados, cada vez más perdidos. Otros tornan gritos que retumban en la mente como un tam-tam salvaje, tratando de comunicar con la voluntad. ¡Callaos de una vez!, exclamamos hartos de oírlos. Y a regañadientes, como niños chicos, ellos aprietan los labios y fruncen el ceño. Pero hay noches, cuando hasta el silencio duerme, que las palabras se encaraman de puntillas por el edredón de los sueños y allí, donde todo es posible, corren, saltan y se exhiben unas a otras ufanas al fin de poder mostrarse. Con el amanecer, antes de volver a su rincón mudo, vienen a susurrarnos al oído y recitan todo aquello que nos prohibimos. Esos días, entre legañas y bostezos, con los primeros sorbos de café, la voz dormida nos acaricia con palabras que huelen a polvo y olvido. Algunas se enredan y hacen más amargo el trago. otras lo atemperan y endulzan. Como un beso robado.
E.R