Amanece con hashtag de pocos amigos y se afeita frente al espejo del Twitter. Tiene un perfil donde aparenta muchos menos años y un avatar esculpido con bótox de Photoshop. En la esclaera no se habla con nadie pero frente a la pantalla presume de que ya intima con 21.231... Si acaso sale al campo y ve unas rosas, el capullo se pone a oler sus followers. Te pide que le sigas -ni que fuera el mesías 2.0-, pero el tipo ni se mueve del asiento. Abran paso al nuevo hombre trending tontic.
La culpa la tiene la vanidad, este arranque global del friquismo postadolescente de retuitearse el obligo y la necesidad de estar en la pomada cibernética por si las moscas laborales. Son los tiempos que corren: hoy puntúa más tener muchos seguidores en tu red social que saber traducir a Cicerón o haber leído a Borges.
Sucede que caminamos por una vereda intransitada. ¿Hasta dónde nos cambiarán los nuevos usos? Si eres feliz, puedes lucir el Jaguar en el escaparate de la pantalla. Si eres desgraciado, ahí tienes lo que los experos llaman ya la automedicación digital. Enciendes el ordenador, te metes un Orfidal con el ratón y haces como que tienes amigos.
Explorando este nuevo mundo los padres trending tontic llevan a los niños -pobrecitos- cogiditos de la mano. Yo mismo conocí el otro día a uno que dejó de teclear en su iPad para mirarme de arriba a bajo cuando le confesé -Dios nos asista- que en casa no tenemos ni Wii ni wó, y que no hay mejor salvapantallas que el vaho de los cristales.
La teconogía es una herramienta hermosa y necesaria. El sentido común, también. Norman Douglas decía ''Si quieres ver qué hacen los niños debes dejar de darles cosas''.
Amanezco con hashtag de pocos amigos.
Voy a empezar a desenchufar.
P.S