Me detuve a mirarla.
El vestido blanco, una pequeña margarita en la oreja, un olor distinto al
aceite de almendras; la miraba, con la mirada atascada en ella. Fue la primera
noción cierta de la belleza femenina. Que no está en las portadas de las
revistas, en las pasarelas, en las pantallas, que en cambio está de repente a
tu lado. Que te sobresalta y te vacía. Sonrió. A partir de las comisuras de la
boca, la sonrisa invadió el resto de su cara y bajó por todo su cuerpo hasta los
pies, que sonrieron también.
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