Desde entonces lo he tenido claro. Un hombre debe ser dueño de sus propias coordenadas. Poder plantarse en un sitio cuando hace falta y poder largarse cuándo sobra. O cuando le da la gana.
Para eso vale un coche. Para decidir dónde se come un sábado mirando Google Maps y no el plano de metro. Para volver a casa por Navidad y escaparse cuando los cuñados empiezan a tomar el control. Para hacerse un roadtrip con amigos que acabe como en The Hangover: solazo, deshidratación y "qué coño pasó anoche"
A nadie le deseo yo conocer en la distancia a la que puede ser la mujer de su vida y tener que decirle, por Whatsapp, que es que para el viernes ya no quedan billetes de tren para poder visitarla o que "el vuelo de Ryanair sale demasiado pronto y no me puedo escapar del trabajo", que "lo dejamos para más adelante, para otro finde que venga mejor". A nadie. Porque igual que en el comercio, en la vida hay mucho de location, location, location.
Con un coche sabes que tras un "qué cojones", un Redbull y medio depósito de gasolina puedes plantarte allí a tiempo para la cena. Y si luego no sale como que esperabas, pues vrooom, vrooom y a otra cosa. O a otro sitio.
J. C
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