Muchas mañanas abro los ojos y me pongo a imaginar las diferentes opciones que tengo para realizar los actos coherentes que me aporten una felicidad plena. El ser que llevamos dentro es el que nos hace ser quienes somos aunque en multitudes de ocasiones lo ocultemos. A veces, suelo preguntarme por qué es tan difícil ser transparente…
Creemos que ser transparente simplemente es ser sincero, no engañar a los otros. Pero ser transparente es mucho más que eso. Es tener el valor de exponerse, de ser frágil, de gritar, de decir lo que sentimos. Tenemos miedo a que alguien invada nuestra intimidad, que dañe a ese ser que, se supone, tú solo eres consciente de que existe.
Ser transparente es desnudarse el alma, es dejar caer las máscaras, bajar las armas, destruir las inmensas y pesadas paredes que nosotros insistimos tanto en construir.
¡Ser transparente es permitir que florezca toda nuestra dulzura! Pero infelizmente, casi siempre, la mayoría de nosotros decide no tomar ese riesgo. Preferimos la dureza de la razón a la luminosidad que expondría toda la fragilidad humana. Preferimos el nudo en la garganta a las lágrimas que nacen de lo más profundo de nuestro ser. Preferimos perdernos en una búsqueda loca de respuestas inmediatas a simplemente rendirnos y admitir que no sabemos, que tenemos miedo. No importa qué doloroso es tener que construir una máscara que nos distancie cada vez más, preferimos eso para mantener una imagen que nos dé la sensación de protección. Así, vamos ahogándonos cada vez más en palabras falsas, en actitudes falsas, en sentimientos falsos.
Con el pasar de los años, un vacío frío y oscuro nos hace percibir que ya no sabemos dar ni pedir lo más precioso que tenemos para compartir dulzura, comprensión… Sufrimos, nos sentimos solos, inmensamente tristes y lloramos calladamente antes de dormir.
Los latidos gritan dentro nuestro por no tener el valor de mostrarnos a quienes más amamos. Porque, equivocadamente, aprendimos que es mejor atacar, acusar, criticar y juzgar, que simplemente decir: “estamos hiriéndonos, paremos ¡por favor!”
Porque aprendimos que decir “eso es ser débil, es ser tonto,” es ser menos que el otro. Cuando, realmente, si actuáramos con el corazón, podríamos evitar tanto dolor, tanto dolor.
Sugiero que nos permitamos explotar toda nuestra dulzura. Que consigamos no atraer el lamento, no contener la risa, no esconder tanto nuestro miedo y no querer parecer tan invencibles.
Que consigamos no intentar controlar tanto, competir tanto.
Que consigamos vivir dulcemente, sentir, amar.
Y que cada día que pase sea todo corazón, mucho más sentimiento, inundado de un amor transparente, a pesar de todo el riesgo que eso conlleva.
¡Dejémonos llevar! ¿Por qué nos cuesta tanto? ¿Por qué pensamos tanto? Sería mas sencillo actuar por instintos, actuar por sentimientos, actuar por nosotros mismos... Dejarse llevar sin pensar que opinará el resto, como actuarán los demás. Haz lo que sientes no lo que pienses. Deja que salga a la luz lo que encierra tu alma.
¡Deja salir a tu yo interior y vive! Para que cuando una persona te observe solo pueda ver amor, luminosidad y ganas de vivir. ¡Se transparente! para que cuando alguien te ame, sea a ese ser real que te hace ser quien eres...
No hay comentarios:
Publicar un comentario