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sábado, abril 12

No lo podrás entender si nunca has escrito


Lo que digo y lo que no digo. No me sirve un teclado. No me sirve el sonido. Sólo se necesita un bolígrafo y un poco de silencio para escribir todo lo que siento. O sentir todo lo que escribo.

Tú esto no lo podrás entender si nunca has escrito.

Escribir es desahogarse. 
Es subir a la superficie escribiendo, porque muchas veces nosotros mismos nos ahogamos en nuestra propia vida, en nuestra propia realidad.
Un cuaderno es un pequeño submarino. Tenemos todo lo que nos hace falta. Solos con solo sentimientos. Solos con nosotros mismos, con nuestras palabras. La soledad es nuestro camarote y la ausencia de ruido nuestro oxígeno. 
El por qué de nuestra existencia fluye por las líneas y se disuelve entre las páginas. El por qué reímos. El por qué lloramos. El por qué decidimos bajar la vista y hacer como que no habíamos visto. Por qué  lo dejas todo para quedarte con nada. Y entonces te das cuenta; no te enfadas con el mundo, te enfadas con tu cuaderno. Presionas el bolígrafo, aceleras y la letra te cambia. No es una libreta, no es un diario. Es el conjunto de palabras que no te atreves a pronunciar en alto por miedo a algo más grande que ellas. Tú mismo.
Es tu confesor, tu verdugo, tu confidente. No habla, solo escucha. Porque muchas veces solo queremos ser escuchados y no juzgados.
Tú, yo, vosotros. Te refieres a todos y a nadie en concreto. El tono es personal, que no informal. Hay cabida para todo siempre definido por márgenes y líneas. Qué paradoja no es cierto? Que en un espacio tan limitado demos rienda suelta a nuestra imaginación.
Imaginación.
O nuestra propia realidad.

Escribo porque muchas veces no me entiendo ni a mi misma. Escribo para buscar a quien me busca y encontrar lo que aún no conozco. Y parece que escribiendo los pensamientos se ordenan de alguna manera más o menos coherente. Por eso como norma general han de escribirse con bolígrafo. Si te equivocas o te lo piensas mejor, con un tachón los puedes difuminar. Pero muy por debajo aún se descubre la verdad. Un lápiz en cambio tiene a su goma, y un teclado siempre tendrá a su delete. Y así no se baila.
El llamado “terror de la página en blanco” que padecen algunos escritores no es nada comparado con el terror que sientes cuando las letras salen a borbotones sin saber cómo pararlas, sin tener tiempo a pensarlas. Salen. Sin más. Y cuando has acabado no sabes si es mejor cerrar los ojos y hacer oídos sordos, o releer todo lo que has escrito para conocerte un poco mejor. 
Tus principios no pueden ser alterados ni borrados. Porque sin ellos estaríamos muertos. Y hay verdades que duelen sí, y momentos que cambian todos los demás. Pero no siempre se encuentra la voz adecuada para recitar todo de carrerilla en voz alta. Y es ahí cuando el cuaderno se convierte en pista para bailar con nuestros demonios.

Que tú y los que me conocen ya lo saben; yo siempre he sido más de escribir. 


M. 

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