Lo
que digo y lo que no digo. No me sirve un teclado. No me sirve el sonido. Sólo
se necesita un bolígrafo y un poco de silencio para escribir todo lo que
siento. O sentir todo lo que escribo.
Tú
esto no lo podrás entender si nunca has escrito.
Escribir
es desahogarse.
Es subir a la superficie escribiendo, porque muchas veces
nosotros mismos nos ahogamos en nuestra propia vida, en nuestra propia
realidad.
Un
cuaderno es un pequeño submarino. Tenemos todo lo que nos hace falta. Solos con
solo sentimientos. Solos con nosotros mismos, con nuestras palabras. La soledad es nuestro camarote y la ausencia de ruido nuestro oxígeno.
El
por qué de nuestra existencia fluye por las líneas y se disuelve entre las
páginas. El por qué reímos. El por qué lloramos. El por qué decidimos bajar la
vista y hacer como que no habíamos visto. Por qué lo dejas todo para quedarte con nada. Y
entonces te das cuenta; no te enfadas con el mundo, te enfadas con tu cuaderno.
Presionas el bolígrafo, aceleras y la letra te cambia. No es una libreta, no es
un diario. Es el conjunto de palabras que no te atreves a pronunciar en alto
por miedo a algo más grande que ellas. Tú mismo.
Es
tu confesor, tu verdugo, tu confidente. No habla, solo escucha. Porque muchas
veces solo queremos ser escuchados y no juzgados.
Tú,
yo, vosotros. Te refieres a todos y a nadie en concreto. El tono es personal,
que no informal. Hay cabida para todo siempre definido por márgenes y líneas.
Qué paradoja no es cierto? Que en un espacio tan limitado demos rienda suelta a
nuestra imaginación.
Imaginación.
O
nuestra propia realidad.
Escribo
porque muchas veces no me entiendo ni a mi misma. Escribo para buscar a quien
me busca y encontrar lo que aún no conozco. Y parece que escribiendo los
pensamientos se ordenan de alguna manera más o menos coherente. Por eso como
norma general han de escribirse con bolígrafo. Si te equivocas o te lo piensas
mejor, con un tachón los puedes difuminar. Pero muy por debajo aún se descubre
la verdad. Un lápiz en cambio tiene a su goma, y un teclado siempre tendrá a su
delete. Y así no se baila.
El
llamado “terror de la página en blanco” que padecen algunos escritores no es
nada comparado con el terror que sientes cuando las letras salen a borbotones sin
saber cómo pararlas, sin tener tiempo a pensarlas. Salen. Sin más. Y cuando has
acabado no sabes si es mejor cerrar los ojos y hacer oídos sordos, o releer
todo lo que has escrito para conocerte un poco mejor.
Tus
principios no pueden ser alterados ni borrados. Porque sin ellos estaríamos
muertos. Y hay verdades que duelen sí, y momentos que cambian todos los demás.
Pero no siempre se encuentra la voz adecuada para recitar todo de carrerilla en voz alta. Y es ahí cuando el cuaderno se convierte en pista para bailar con
nuestros demonios.
Que
tú y los que me conocen ya lo saben; yo siempre he sido más de escribir.
M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario