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domingo, enero 26


jueves, enero 23

El lugar más feliz del mundo

El viajero ha pasado a ser una especie de extinción en un mundo tomado por turistas. Como les tiene aversión, se pasa la vida huyendo de ellos. Les observa con condescendencia, repitiéndose que no es como ellos y forzándose a marchar cada vez más lejos para no encontrárselos. Quiere ir allí donde todavía le reciben con sorpresa. O mejor aún: donde no le recibe nadie. Busca, sin terminar de encontrarlo, el fin del mundo. Pero ¿dónde queda?

Quizá hay lugares a los que no se debería volver. Los visitaste tiempo atrás, guardas un recuerdo de cómo eran, de cómo eras tú cuando estuviste en ellos, y al regresar te das cuenta de que todo ha cambiado. El lugar. Tú. La nostalgia es una pésima compañera de viaje. Te distrae de lo nuevo. Te arrastra a  lo conocido. Y una  vez allí te susurra con malicia: «¿Te das cunea? Nada permanece».


D.J

miércoles, enero 22

Una copa en el fondo del mar


Cuando trabajas detrás de la barra de un bar entiendes que los libros no son lo único que se puede leer. Al cabo de un tiempo aprendes a leer en los ojos de la gente.
Sabes perfectamente qué tipo de alcohol necesitan para curar las heridas, reconoces rápidamente ese brillo especial en la mirada de quien pagaría porque la noche no acabase nunca y aprendes a diferenciar entre quién quiere volver a casa y quién ha tirado las llaves al fondo de algo más profundo que el fondo del mar.

Aprendes a bucear en la vida de las personas y a veces llegas allí donde las anclas se agarran a las piedras y la arena lo cubre todo. Allí donde la luz del sol no llega y los deseos se convierten en secretos y los secretos jamás contados saben a sal y escuecen las heridas.
Te das cuenta de que la confianza es como una bombona de oxígeno que damos a aquellas personas que merecen bajar hasta allí, hasta el fondo. Y que hay quien se ahoga por bajar demasiado deprisa o por utilizar todo ese aire para señalar con el dedo los arañazos de la parte de nuestro barco que queda cubierta por el agua. Golpes nos hemos dado todos y un mal día de pesca lo tiene cualquiera.
Aprendes que hay que tener cuidado con los caprichos, pues van y vienen con la marea y empujan a los barcos hacia las rocas más afiladas. Entiendes que no hay capas de pintura que arreglen los desperfectos causados por el tiempo en alta mar y que cada barco hace honor al nombre con el que fue bautizado. Que cuando te llaman Riesgo no puedes tener cuidado y que hay barcos hechos para no atracar dos noches seguidas en el mismo puerto.
También entiendes que para poder hablar del verdadero color del mar hay que aventurarse más allá de la boya amarilla y que a veces el Norte no está donde indica la brújula. Te das cuenta de que hay tablas flotando en medio del océano esperando a que alguien se agarre a ellas y también hay gente que lanza bengalas al cielo esperando a que las encuentren y vengan a su rescate. Sabes que hay causas perdidas que necesitan ser defendidas a pesar de todo.
ella lo sabía.

Aquella noche, en aquel bar de un puerto cualquiera, ella entendió que se me había perdido la esperanza en la última tormenta, que guardaba en el bolsillo un mapa sin tesoro y que hacía mucho que había dejado de escribir en mi diario de a bordo y había decidido saltar por la borda. Supo lo que ni siquiera yo quería saber, comprendió lo que yo no podía explicar y escuchó en silencio lo que mis silencios tenían que decir.
Pobre silencio, lo hemos convertido en la ausencia de ruido. Hemos dejado de escuchar lo que tenía que decirnos por si acaso dolía, buscando frases que lo hagan más llevadero. Pero el silencio suena, ¿sabes? Sí…A veces suena a historias que empiezan y a veces a historias que acaban. El silencio siempre está ahí, aunque nos empeñemos en convertirlo en palabras.
ella lo sabía, sí.
Igual que sabía que los cantos de sirena no se pueden bailar y que los lobos de mar sólo aúllan por la Luna. Sabía que la gente como yo sólo sabe navegar, que a veces soy barco, a veces tabla y a veces bengala, pero siempre Riesgo.  Nunca dos noches seguidas en el mismo puerto, recuerda.

Y como lo sabía, me sirvió una copa en el fondo del mar. Le puso un par de sonrisas cómplices de más y unos cuantos prejuicios de menos. Me recordó que no hay mejor medicina que la mirada de quien no juzga ni pide más de lo que puedes dar.
Que los olmos están hartos de que les pidan peras, que nos empeñamos en vivir novelas y nos olvidamos de la belleza que reside en la brevedad de un poema. Que hay poemas que han sido escritos para ser leídos sólo una vez.
Ella comprendió quién era yo porque sabía quién era ella. Me hizo perder el Norte durante unas horas, pero me explicó dónde estaba el Sur, sin esperar un mañana a cambio. Y cuando sabes que no hay un mañana, todo sabe mejor.
Y por eso siempre será ella.


martes, enero 21

I loved her
not for the way 
she danced
with my angels 
but for the way
the sound of
her name 
could silence my 
demons 


- Christopher Poindexter 

lunes, enero 20

Acordándome de todo un poco


(...) Viajar acompañada de buenos amigos es lo mejor que te puede pasar. Además de ser lo que más te puede unir. Porque el día de mañana cuando seamos mayores y cada uno tenga su vida, cuando por las circunstancias que sean llevemos un tiempo sin vernos, siempre nos unirá aquel viaje que hicimos y en el que compartimos todas aquellas experiencias más y menos buenas pero todas memorables. Siempre nos reiremos de las situaciones ridículas que nos pasaron a cada uno de nosotros o de las cosas que fuimos viendo a lo largo de nuestro viaje. Siempre podremos recordar esos momentos de diversión, expectación, risas, emoción o incluso de miedo o cansancio, pero estos últimos riéndonos de ello.
Porque si después de un viaje en condiciones precarias y de dos semanas o más los buenos momentos superan a los que os hubierais matado, o incluso estos últimos no se han dado casi, has tenido la suerte de viajar con gente excepcional, y habrás hecho amigos para toda la vida. Y yo puedo decir, que gracias a Dios he tenido esa suerte. En estos viajes nos hemos conocido de verdad. Y después de un tiempo en una intensa convivencia hemos vuelto y la pregunta en el avión siempre ha sido la misma “¿Y el próximo viaje para cuando?”
Viajar con tus amigos, es lo mejor que te puede pasar. Gracias a mis increíbles compañeros de viaje por haberme dado la oportunidad de disfrutar de vosotros.
-A.









viernes, enero 17






martes, enero 14

Hoy me apetecen tus curvas, tu culo y lo que no es tu culo, y conducir caricias por los kilómetros de tu piel. Tirarme de cabeza en el marrón de tus ojos, nadar en él. Ahogarme, ahogare hasta adentrarme en tu interior para saber lo que piensas. Hoy me apetece llamarte 'cariño' y pasar mis dedos por tu espalda como si fuera braile. Comerme todas tus sonrisas, vestirme desnuda. Hoy me apetece dormir contigo, y que me despiertes mañana. Soñarte en mis pesadillas. Que me rescates desde el otro lado de la cama. Hoy me apetece besarte y que me comas a besos. Bucearte entre sábanas, decirte que te he echado de menos. Hoy me gustaría matarte a abrazos, de esos en los que la ropa más que nada, sobra.

lunes, enero 6

Sigo buscando en los versos eso que todos sabemos sentir
pero que aún no hemos sido capaces de explicar
porque las alcobas siempre van por delante de las palabras.
Para eso sirve la poesía, para hablar
de la forma que tienen las cosas que no tienen forma,
para eso y para tumbarme en la cama contigo
y leerte, y colocarte el pelo,
sabiendo que en la calle ya es invierno
pero en nuestras vidas no.

viernes, enero 3

Las cosas que nunca te conté (y debería haberlo hecho)


Que aunque no te callas y eso me a veces me molesta, yo me he convertido en una persona de pocas palabras, que es peor, y un poco cobarde.
Que tus bromas suelen ser bastante malas pero que yo siempre me reiré.
Que tus despistes me volvían loca (y no en el buen sentido de la expresión) pero veo que has mejorado en ese campo. No sé si me gusta o me sienta mal que no espabilases antes.
Que tus dudas constantes hicieron que sintiese que lo nuestro pendía de un hilo constantemente pero ahora son las mías las que casi acaban contigo y por eso te quiero decir que lo siento.
Que no me gustaría saber de ti todos los días pero la verdad es que hay noches que mataría por un abrazo tuyo.
Que ha habido muchas veces que no me he fiado de ti pero al final siempre acabo tropezando con la misma piedra, rebotando y cayendo en tu campo.
Que creo que en mi vida diaria no tienes lugar pero siempre he pensado en ti como mi compañero de viaje extraoficial.
Que lo nuestro ya es un sinsentido, que a veces ni nosotros sabemos de qué va, pero los pocos momentos que hemos pasado solos han sido los que más sentido han tenido desde hace meses.
Que no es bueno que nos veamos ni hablemos ni mensajes ni “me paso por tu portal” (ni nos hagamos señales de humo ya que estamos) pero te echaré de menos y jamás desearé que tu ausencia sea algo permanente.
Que gracias a tu forma de ver las cosas, siempre nos hemos vuelto a encontrar. Tú me das el empujón y yo te sigo. Cada uno tiene su papel, rol y dinámica.
Que no eres la persona para mí hoy. Puede que lo seas en un futuro. Y puede que no. Nunca lo sabremos hasta que llegue el momento pero esa puerta no la cierro.
Que me inspiré en ti para escribir más veces de las que jamás te admitiré. Pero no te busques. No vaya a ser que malinterpretes.
Que no te echo de menos pero no me imagino de aquí a unos años sin ti. Lo de después, el tiempo dirá.
Que conozco las cosas que no te atreves a decir en alto, pero espero oírlas algún día de tu propia boca.
Que hasta que no aprendas a estar solo, cualquier intento tuyo, mío, nuestro o del vecino va a ser absurdo.
Que suelo pensar que hacemos un gran equipo porque cuando uno de los dos se da de baja, el otro lo pone firme.
Que creo que esta distancia hará mucho bien, más a ti que a mí, pero algún día llegará el momento en el que uno estará esperando al otro.
Que la conexión, química o como quieras llamarlo que tenemos, nos ha hecho mucho mal pero de cada cosa mala han salido siete buenas.
Que “adiós” no era como me quería despedir. Que quería un abrazo y un “hasta luego”. Y por primera vez, me lo negaste, aunque no te culpo de ello.
Que yo lo veo como un punto y aparte. No un punto y final.
Como una despedida temporal. No permanente.
Como un “time out”. No el final del partido.
Como un “see you later, alligator”, no un “hit the road Jack and don’t you come back no more”.
Que puede que siempre volvamos a esto porque sacamos lo mejor el uno del otro; la versión mejorada, renovada y perfeccionada. La 2.0.
Que ahora estás perdidísimo, dando vueltas como una peonza, pero confío en ti como nunca lo he hecho en nadie.
Que somos así. Nos gusta hacernos los locos cuando realmente sabemos cómo acabará todo.  Sabemos de qué pie cojeamos. Tú del derecho y yo del izquierdo, porque me gusta llevarte la contraria.
Que nos entendemos y, por mucho que intentas ocultarme ciertas cosas, te veo venir de lejos, a kilómetros de distancia, como si llevases un cartel luminoso en la frente.
Que así es como son las grandes historias.
Que te conozco de sobra y sé que, si por casualidad leyeras esto, te quedarías con todo menos lo importante.
Que hoy no pero algún día, quizás.