viernes, diciembre 28
jueves, diciembre 27
Seduce my mind and you can have my body,
Find my soul and I'm yours forever.
- ANONYMOUS
Lo dice
Shiwa

miércoles, diciembre 26
Una (...) entre un millón
Hace tiempo leí que con 50 años habremos conocido a lo largo de nuestra vida a unas 20.000 personas. Haciendo una regla de tres, obtuve que un joven de 17 años habría conocido aproximadamente a 6800 personas. Pongamos que la mitad de esas personas, es decir 3400 son hombres y la otra mitad mujeres. Y supongamos que de esos 3400, solo 1/3 están dentro del margen de edad en el que se incluyen todas las personas con las que podríamos tener una relación. Es decir, descartamos 2/3, donde se encontrarían aquellas personas de las que nunca podríamos enamorarnos: familiares cercanos, ancianos, niños pequeños… Nos queda el siguiente numero: 1133,333… Pero redondeando pongamos unas 1000. De todas esas personas, nos enamoraremos de una sola. Estamos hablando de una milésima parte, 0.001. Y a su vez, esa persona se enamorara de una sola entre 1000. De esta manera, la probabilidad de que la persona de la que uno se enamora sea precisamente la persona que se enamora de uno, es según las matemáticas (1/1000) · (1/1000), lo que es igual a una posibilidad entre un millón, 1/1.000.000. Asique, si se diera esa improbable situación de poder estar con la persona que quieres, si el destino ignorase 999.999 opciones y convirtiera esa única probabilidad que había entre un millón, en un hecho, en una realidad, ¿qué sentido tendría no aprovecharla, que mas da lo que venga luego, que importa lo complicadas que sean las circunstancias? Si lo mas difícil, lo que tenía una sola posibilidad entre un millón de ocurrir, ya ha ocurrido.
Lo dice
Shiwa

lunes, diciembre 24
Estar mal
¿Sabéis que es lo peor de estar mal? ¿Eh?
¿Lo sabéis? (Si no me contesta nadie me vuelvo a la cama a escuchar a Leonard
Cohen y a Nick Drake mientras leo poemas de Pessoa). Bueno, pues lo peor de
estar mal para mí no tiene nada que ver con el sufrimiento que se experimenta
ni con sentir que no vas a poder levantarte de la cama ni con las obsesiones en
las que te sumerge la tristeza. Lo peor de estar mal es que te conviertes en el
centro del universo y, además, lo encuentras de lo más lógico. De repente, sólo
existes tú, eres lo más importante, lo que te ocurre es una prioridad y crees
que todo el mundo debería tratarte como si fueras el único ser del planeta.
Estar mal es el estado mas egoísta que existe. Yo, que recientemente he estado
mal (no me gusta quejarme, pero..) ¡Dios , qué mal he estado!, me sentaba en el
sofá, muy triste y deprimida a esperar que el mundo me reclamara. Miraba
fijamente el teléfono confirmando que no me estaba llamando todo Cristo para
comprobar que sigo viva. Que sólo me faltaba ir haciendo una lista negra con
todos aquellos que no me hacen caso en plena crisis. Esta crisis mía que debería
ocupar las portadas de todos los periódicos serios del país (ambas palabras se
contradicen lo sé). Hasta que te dices "oye tía, (sí, yo a veces me llamo
tía), ¿y si llamas tú? El Samur no va puerta por puerta preguntando si alguien
necesitas ser trasladado en ambulancia, son las personas las que llaman para
solicitarla. Pero cuando, por fin decides llamar y pedir ayuda para que tus
amigos te saquen del hoyo, observas que tienes a tu ego agarrado a la pierna,
llorando arrastrado y gritando enrabietado que no llames, que no te humilles,
que no le hagas esto. Y con las rabietas infantiles la única solución es no
escuchar, no prestarle atención y esperar a que al niño se le pase el cabreo.
Normalmente no se le pasa hasta el siguiente asalto. Ni siquiera quiero entrar
en lo moral de si ser un egocéntrico es bueno o malo, el problema está en que
los egocéntricos son absolutamente infelices (los egocéntricos, ellos, como si
la cosa no fuera conmigo). Otro de los peligros de estar mal es que te sientes
eximido de toda responsabilidad. Imagino que por eso hay tantos seres humanos
instalados en la queja permanente, en el abismo anímico, en la limitación
neuronal a la que te arrastra el sufrimiento, en la oscura especulación de un
cerebro maltratado por su dueño. Que quede claro que, cuando hablo de estar mal,
me refiero a la decisión de estarlo. Me refiero al capricho vital de intentar
que las cosas salgan siempre como queremos, de centrar la vida en conseguir
nuestros deseos y frustrarnos si no los conseguimos (o frustrarnos al
conseguirlos, elegir otros nuevos, volver a frustrarnos y entrar así en un
bucle interminable para luego ya morirnos). Estar mal va en contra de la
voluntad esencial de cada individuo (con este tipo de afirmaciones solo me
falta plantarme una túnica y predicar mis enseñanzas sobre una colina). Por
eso, yo digo: !bienaventurados los que deciden estar bien, porque de ellos
dependerá el rumbo de la humanidad! (creo que debería despedirme. Se me está
subiendo a la cabeza).
B.A
Lo dice
Shiwa

sábado, diciembre 22
-Comprendí que los grandes acontecimientos ocurren en absoluto silencio, por la fuerza de la inercia. Malditas eternas conversaciones en la noche. No te preocupes por el tiempo o por la nostalgia mi amor. En la vida ocurre todo lo que tiene que ocurrir y, al final, todo encuentra su lugar-
Lo dice
Shiwa

lunes, diciembre 17
domingo, diciembre 16
Hasta luego Bárbara
vía http://comunicacionsellamaeljuego.com/fin-la-columna-inedita-de-barbara-alpuente-en-yo-dona/
Casi cinco años he tardado en publicar un buen artículo en el blog. Tienes suerte, hoy es el día. Porque por primera vez, el texto no es mío, claro. Estaba el viernes brujuleando por Twitter y vi que alguien retuiteaba este comentario de Andrés Aberasturi:
No lo cuestino, aunque creo que @yo_dona pierde, pero es una bajeza no publicar la despedida de @Barbaraalpuente.
¡Coño, Bárbara! Y de pronto me acordé: hace 8 años, su columna era lo primero que me hacía tirarme en plancha a abrir Yo Dona cada sábado. Tanta admiración tenía, que un día le escribí una carta para pedirle que me dejase invitarla a un café. No sé qué llevó a esa mujer guapa a pensar que aquel lector no era un tarado, pero el caso es que me concedió ese café, que recuerdo fue un gustazo, en la plaza de Puerta Cerrada, en Madrid.
Hacía mucho que no tenía contacto con ella, pero al saber que su última columna, tras siete años y medio de colaboradora, había sido retirada, he volado a ofrecerle esta casita digital como blog de acogida. Y como me ha aceptado la invitación, aquí publico la que iba a haber sido su última columna en Yo Dona. Como Aberasturi y tantos otros, creí que los lectores de Bárbara Alpuente merecíamos leer su despedida, hasta que pronto la volvamos a encontrar en su próximo gran espacio. Con ella os dejo…
FINNo quiero parecer egocéntrica, pero cuando los mayas predijeron que el mundo se acabaría en diciembre de 2012, creo que lo decían por mí. No se referían al mundo en general, como piensa tanta gente, no, se referían al mío en particular. Así que tranquilos, salid de vuestros refugios nucleares y suspended vuestro suicidio en grupo programado para la semana que viene. No temáis, esto no va con vosotros. Mi mundo se acaba un poco porque ésta es mi última columna en Yo Dona. Resulta curioso que los mayas conocieran de antemano esta información cuando yo me acabo de enterar, pero ya sabemos que eran súper listos. Todo comenzó en mayo de 2005, cuando la ahora ex directora de esta revista buscaba a una mujer que escribiera sobre solteras mayores de treinta. Yo hay pocos campos en los que sea una experta, pero este era uno de ellos por entonces, y para mantenerme fiel a mi especialidad, hoy en día lo sigue siendo. En este tiempo he compartido con vosotros mis enamoramientos, mis rupturas, la superación de algunos de mis miedos, la aparición de otros, mis reflexiones sobre el mundo, mis citas fallidas, una convivencia, tres mudanzas, los nacimientos de los hijos de mis amigas, mis viajes en metro y en autobús, una boda, mis éxitos y fracasos personales, afectivos y profesionales, la aparición e insistencia de mi reloj biológico, mi intento de sacarme el carnet de conducir (os vais a quedar sin conocer el final de esta aventura) o la pérdida de amigos y familiares. He ido derramando mis vivencias en esta página con la certeza de que siembre había alguien al otro lado para recoger mis palabras y cuidarlas con cariño. Y así ha sido; sé que algunos estáis ahí desde el principio, leyéndome como si se tratara de la correspondencia de una antigua amiga. Quiero dar las gracias a Charo Izquierdo, al equipo entero de esta revista y, sobre todo, a los que me seguís cada semana (lo siento, nunca ganaré un Goya y esta es mi única oportunidad para ofrecer un discurso de agradecimiento). Gracias, queridos lectores. Os llevo en el corazón.
Bárbara Alpuente
Lo dice
Shiwa

sábado, diciembre 15
I SWEAR
TO YOU
I WON’T
STOP UNTILL
YOUR LEGS
ARE SHAKING AND THE NEIGHBOURS
NOW MY NAME
Lo dice
Shiwa

jueves, diciembre 13
Carlos Salem, otra vez
Yo también puedo escribir una jodida
historia de amor
Esto fue lo que soltó el escritor Carlos
Salem, el Bukowski de Malasaña, dando un sonoro puñetazo a la barra del bar,
cuando un amigo le comentó durante una noche de borrachera que jamás sería
capaz de escribir una historia de amor bonita.
O una historia de amor a secas.
Estoy pensando en esta anécdota que dio origen
al libro que estoy (re)leyendo estos días, mientras espero a que me traigan el
café que acabo de pedir.
La camarera, con cierto aire chulesco y
mascando un chicle de menta tal y como haría un koala con una rama de
eucalipto, deposita mi café en el único rincón que queda libre en la mesa entre
tanto periódico abierto.
Estoy sentado en MI mesa, que da a una gran
ventana desde la que puedo ver la calle Alcalá con el Retiro de fondo. Lo
cierto es que no se trata de MI mesa strictu sensu, sino que existe un acuerdo
tácito con el resto de camareros y parroquianos, como ocurre con el sofá de
Friends del Central Perk, para que yo ocupe esa mesa cuando voy. Me la he
ganado a base de cafés y gin tonics.
- Aquí tienes tu cortado- me suelta la
camarera, sin mirarme, inundando el plato del café desbordante de la taza.
Odio cuando ocurre esto.
Y, como siempre, me lo han puesto a una
temperatura fantástica para hervir una langosta pero no tanto para beberlo sin
sufrir quemaduras de tercer grado en el esófago.
Mientras espero a que el café se enfríe ,
clavo la vista en la enorme ventana, tal vez por encontrar inspiración mientras
veo a la gente pasar por las frías calles.
Y de pronto, el mundo se detiene en seco, y
con él, el ruido del bar, los coches de la calle, la hoja que se cae de aquel
árbol y el viento.
Porque estás ahí de pie, esperando un taxi,
y es como si el tiempo no hubiera pasado, o como si hubiera pasado y te
hubieses estado arreglando desde aquel último día que te vi, porque estás
obscenamente guapa. Ridículamente guapa. “Pongan-aquí-el-adverbio-que-quieran”
guapa.
Doy un pequeño sorbo al incandescente café,
sin apartar la mirada de ti, y me siento como uno de esos policías de las
películas americanas, observando a través del cristal por el que puedes mirar y
oír al sospechoso a punto de ser interrogado, mientras estudio tu lenguaje
corporal y tu forma de ponerte de puntillas para ver si viene un taxi libre.
Y empieza el interrogatorio.
Y me pregunto qué te parecerá el nuevo
James Bond, tú que fuiste siempre tan de Pierce Brosnan. Me pregunto con quién
beberás las copas ahora hasta las tantas y si sigues defendiendo que DINOSAURIO
es una opción perfectamente válida como animal cuando juegas al STOP.
Me pregunto si seguirás oliendo a Nivea, si
continúas diciendo que has perdido el móvil de cada restaurante del que sales,
si sigues siendo tan nefasta jugando a las palas y si sabes que por fin me leí
el puto libro de los Pilares de la Tierra y que tampoco me gustó tanto porque
cada página me recordaba a ti y que me acabó dando igual la construcción de la
catedral porque yo siempre fui más de empezar las casas -y las catedrales- por
el tejado. Como aquel tejado al que te daba miedo subir pero desde el que se
veía todo lo que había que ver por la noche. Y tú me preguntabas por las
estrellas y yo me inventaba los nombres, las historias y el origen de cada una
solo para impresionarte. Siempre fui un farsante con gracia. Pero eso ya lo
sabes.
Y me pregunto si te sigue poseyendo el
espíritu megalómano y conquistador de Gengis Kan cada vez que juegas al Risk.
Me pregunto si te sigue gustando Viggo Mortensen, las canciones de Norah Jones
y beber el café frío. Me pregunto si sigues manteniendo que el helado en
tarrina es una blasfemia y el cucurucho de chocolate, una excentricidad. Me
pregunto si te seguirá extrañando que me guste Tom Waits. Me pregunto si alguna
vez supiste lo que me encantaba que untaras la mantequilla a las tostadas y lo
bien que te quedaba el olor a pan quemado.
Me pregunto si sabes que a veces te confundo
por la calle con otras chicas y se me incendia algo en el pecho. Me pregunto si
sabes que cada noche de verano que salgo por Cañadío te imagino saliendo de un
bar, con tu ron-cola en la mano, tan negro como tus ojos, como aquel vestido,
como las piezas de ajedrez que siempre elegías y como el anillo que llevabas y
que ya no llevas por lo que veo ahora con mis ojos, que no son negros ni falta
que les hace porque con los tuyos nos vale, nos basta y nos sobra.
Me pregunto si sabes que soy yo el que
escribe por aquí, si sigues llorando con los bodrios de Kevin Costner y si te
imaginas que cada puta vez que oigo una canción de los Secretos me acuerdo de
ti. Me pregunto si eres más de Facebook, de Twitter o de ninguno, si usas
Blackberry o iPhone, si alguna vez has pensado que cuando te conocí no existía
Youtube, si te seguirá desesperando que no sepa jugar al mus, si tus pestañas
siguen pareciendo juegos de mano de un mago y si alguna vez volverás a pedirme
que te cuente historias de piratas.
Me pregunto si te acuerdas de cómo me
indignaba cuando decías que preferías a Elton John antes que a Sinatra. Me
pregunto si sabes que estoy convencido de que ves Gossip Girl y que jamás lo
confesarías para que no te diera la brasa, tal y como te la daba por ver Sexo
en Nueva York y no mis “series de intelectual”. Me pregunto si llegaste a
hacerme caso y viste alguna. Y me pregunto si sabes que hace no mucho me tragué
las seis temporadas de Sexo en Nueva York solo porque tú la veías. Me pregunto
si sabes que no me gustó nada pero que soy mucho más de Aidan que de Big y que
no soporto a la tal Miranda.
Me pregunto si te acuerdas de cuándo
hablábamos andando por Madrid de vivir en Nueva York y volar a Venecia, para
beber vino francés, yo disfrazado de escocés y tú de geisha japonesa. Y me
pregunto a quién coño querrías engañar tú de geisha, con esa piel de aceituna
que tienes. Me pregunto si sabes que ahora me encantan los toros y que me
acuerdo de ti cuando voy a Las Ventas. Me pregunto si sigues apostando a los
caballos más flacuchos porque te dan pena. Me pregunto si sigues tan verbenas o
si eres más de quedarte en casa. Me pregunto si sabes que todas las canciones
hablan de ti (menos las de Pitbull). Me pregunto si sigues presumiendo de ganar
a cualquiera a un pulso chino. Me pregunto si coincidiré contigo en una boda y
si me pondré nervioso al saludarte o si me dará lo mismo. Me pregunto si sabes
que las dos opciones me angustian por igual
Me pregunto si sabes que no hay nostalgia
peor que añorar aquello que nunca jamás sucedió.
Me pregunto si sabes que te estoy viendo
por esta ventana.
Me pregunto si sabes que no te voy a
saludar y que me voy a quedar aquí sentado, viendo cómo te tocas el pelo, mucho
más corto que como lo llevabas aquel junio que vivimos peligrosamente juntos.
Me pregunto si sabes que la vida son dos
cafés. Un café como el cortado que me acabo de tomar. Así que ya solo queda
uno. Y tú te has subido a ese taxi. Y tal vez no vuelva a verte en años.
Y me pregunto si sabes que eres mi jodida
historia de amor. O mi historia de amor jodida.
Nos bebemos en los bares, querida.
Lo dice
Shiwa

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